El quehacer del arte, desde mi punto de vista, afronta la labor de la elaboración de un decir en un tiempo histórico determinado, producción discursiva que no se construye sólo ni en cinco minutos ni a través de formaciones académicas o informales. El artista debe preocuparse por la cocina, por la incubación experiencial de la que hablarían entre otros R. M. Rilke, por la que vamos dando una fuerza también justificativa, a nuestro quehacer.